Desde una perspectiva psicológica, la infidelidad se puede definir como "una violación del contrato asumido o declarado de una pareja con respecto a la exclusividad emocional y/o sexual" (Haseli et al., 2019). Por lo tanto, cada pareja define lo que para ellos es fidelidad e infidelidad.
El dolor que provoca la infidelidad está relacionado con la traición de las creencias compartidas y prometidas el uno al otro dentro de la pareja. Lo cual provoca inevitablemente un cóctel de emociones negativas como:
- duelo por la pérdida de la confianza,
- rabia por la traición de la otra persona,
- confusión por encontrar un porqué,
- inseguridad y dudas en uno mismo y en la pareja,
- necesidad de control.
Ante todo esto, la pareja puede romperse, algo muy común al no poder superar todo lo que una infidelidad destruye y provoca, o puede decidir continuar e intentar superar la crisis de pareja. En este proceso, aprender a pedir perdón es fundamental para ambos miembros de la pareja. Así como reconocer los errores cometidos y expresar arrepentimiento genuino puede ser el primer paso para reconstruir la confianza perdida.
Empecemos por explorar qué puede llevar a una persona a ser infiel.
¿Por qué somos infieles?
La infidelidad suele considerarse un acto inaceptable, la ruptura de un pacto sagrado. Pero, ¿qué lleva realmente a una persona a ser infiel?
En la dinámica de pareja, la fidelidad no es solo una promesa explícita: también es un contrato silencioso, a menudo cargado de expectativas implícitas. Cuando estas expectativas resultan poco realistas o no se tienen en cuenta, la relación puede convertirse en una prisión emocional, en la que cada persona desempeña un papel en lugar de vivir una realidad compartida. De modo que la infidelidad no solo se presenta como un acto de ruptura, sino como un gesto inconsciente de liberación, un grito para volver a ser escuchado. No obstante, entender las causas no significa justificar el acto.
Ser infiel también puede ser una forma de salir de una identidad relacional asfixiante, impuesta por guiones familiares o culturales. Los significados y el sentido personal que se perciben en la infidelidad suelen tener sus raíces en la infancia, en patrones interiorizados y en heridas no resueltas. Se puede traicionar para escapar de una decepción, para buscarse a uno mismo o para reafirmar una identidad perdida.
En muchos casos, la infidelidad es el resultado de un largo proceso silencioso, en el que la pareja ya no es capaz de sentirse vista ni reconocida. No se trata únicamente de deseo, sino también de la necesidad de existir en la mirada del otro.
Es difícil empatizar, pero es necesario si queremos encontrar una fuerza transformadora. Esto implica compromiso, esfuerzo, pero también la voluntad de pasar por algo y utilizar el desequilibrio como crecimiento personal y relacional. Estamos aquí para acompañarte en este camino, con nuestras competencias y sensibilidades.
La infidelidad puede tomar muchas formas: física, emocional, virtual. Se puede ser infiel en el cuerpo, pero también en el corazón y en la mente. La forma emocional es quizá la más ambigua: uno se enamora de otro permaneciendo físicamente presente. La virtual, favorecida por las redes sociales, permite vivir la ilusión de la conexión sin contacto real. Todo ello refleja un malestar más amplio, a menudo incomunicado, y nos recuerda que el ser humano se mueve por el deseo y la búsqueda de sentido.
Cuestionarse dónde acaba la lealtad al otro y dónde empieza la auténtica necesidad del yo nos ayuda a entender la infidelidad como el signo de un equilibrio que se ha roto. De hecho, en muchos casos, la infidelidad no es el origen de la crisis de pareja, sino su detonante: hace visible algo que lleva tiempo reclamando atención.

Reacciones emocionales a la infidelidad
Descubrir que nuestra pareja nos ha sido infiel es una experiencia traumática que puede provocar una profunda crisis de identidad personal. Se atraviesan fases emocionales intensas: conmoción, ira, tristeza, deseo de venganza. Pero, más profundamente, se activa un dolor antiguo, ligado a experiencias tempranas de abandono y pérdida.
Normalmente, cuando se habla de infidelidad, se piensa inmediatamente en la persona traicionada. Pero, ¿cómo se siente realmente la persona que es infiel? ¿Es tan fácil cruzar esa línea? ¿Engañar solo conlleva egoísmo o también sufrimiento?
En muchos casos, engañar no solo significa romper un pacto con la otra persona, sino también una imagen de sí mismo, una identidad. La persona infiel experimenta a menudo un conflicto entre el deseo y la culpa, entre la libertad y la lealtad. Y sí, se puede engañar incluso amando. Porque el amor no siempre puede contener toda la complejidad de necesidades, proyecciones, expectativas. Traicionar puede ser una forma —equivocada, dolorosa, pero también humana— de afirmar algo que no se puede decir. No para herir, sino para sobrevivir.
Las emociones que surgen nunca son sencillas:
- Algunos sienten culpa por no haber comprendido antes, otros por no haber sabido abortar.
- La ira y el dolor, las emociones de la pérdida, se mezclan con la nostalgia y el miedo.
- A menudo se desencadenan fantasías obsesivas, imágenes intrusivas de lo sucedido, y la mente intenta dar sentido a lo que parece inexplicable.
Cuanto más aumentan los pensamientos, más emociones estamos sofocando. Estas reacciones son completamente normales y debemos aceptarlas sin negarlas y ofreciendo apoyo. Uno de los errores más comunes es intentar racionalizarlo todo demasiado pronto. La psique necesita tiempo para atravesar el dolor y empezar a abrirse y transformarlo.
Dar forma a estas emociones es esencial. Un ejercicio útil es llevar un diario de emociones o utilizar técnicas de arteterapia: representar con colores y formas lo que se siente, sin censura, a veces incluso con fuerza. Un psicólogo con experiencia en arteterapia puede ayudarte a dar sentido y a encontrar palabras donde hay símbolos.
Dar cuerpo al dolor es la primera forma de contenerlo. En algunos procesos terapéuticos también se trabaja a través del cuerpo: la respiración, el grounding y la relajación ayudan a anclarse en el presente y a salir del estado de alerta constante. En esta fase es útil construir un espacio protegido, simbólico o real, en el que sentirse seguro. Incluso crear un recuerdo personal que represente tus emociones actuales y volver a hacerlo al cabo de un mes te permite observar tus cambios internos y la capacidad natural del yo para regenerarse.
Al descubrir una infidelidad no solo se rompe el vínculo, sino que también se socava nuestro sentido de la realidad. Nos damos cuenta de que el otro, al que creíamos conocer, tenía una vida paralela, aunque solo fuera imaginaria. Esto nos encamina, aunque sea de forma traumática, hacia esa fase de desilusión que con distintos matices atraviesan todas las parejas como fase evolutiva. Esto puede desencadenar una sensación de vértigo y pérdida de control. Sin embargo, incluso en esta fragmentación, es posible renacer.
Aceptar las emociones como maestras, no como enemigas, es el comienzo de una nueva relación con uno mismo.

Cómo perdonar una infidelidad
El perdón es un proceso delicado que requiere conciencia, voluntad y una disposición real a mirar la herida a la cara. No es un acto automático ni un deber moral. Perdonar no significa olvidar o borrar lo sucedido, sino transformar el significado que ha adquirido en nuestra vida. Es la posibilidad de separar el error del valor de la persona y de reescribir una historia nueva, más consciente.
En la práctica clínica, observamos cómo el perdón auténtico solo llega cuando la persona infiel acepta plenamente su responsabilidad y la persona afectada por la infidelidad procesa realmente el dolor.
“Quiero perdonar una infidelidad pero no puedo”
En una pareja, el perdón se hace posible cuando ambos están dispuestos a detenerse, a decir la verdad y a mirarse de verdad. Pero hay casos en los que el perdón no llega. Porque incluso no perdonar, si es el resultado de una elección madura y no de un rencor congelado, puede ser un acto liberador. No todas las relaciones sobreviven a una infidelidad, ni todas tienen por qué hacerlo. A veces, el valor reside en reconocer que el vínculo ha terminado, y darse la oportunidad de renacer en otra parte.
Un buen ejercicio es preguntarse: ¿Qué sentido quiero dar a esta herida en mi vida? O: ¿Qué elijo dejar ir y qué quiero llevarme conmigo en su lugar? El perdón es siempre un acto creativo, que habla más de la persona que lo realiza que del suceso ocurrido. Es un paso hacia la libertad, no hacia el olvido.
Sin embargo, hay situaciones en las que el dolor permanece clavado como una piedra en la garganta. El perdón no llega, a pesar del tiempo, de ponerle voluntad e intentarlo. En estos casos, es crucial comprender que el bloqueo no es un fracaso, sino una señal: algo necesita ser visto, escuchado y procesado. A veces puede tratarse de una herida antigua, que la infidelidad ha reactivado. Otras veces, puede ser el miedo a bajar la guardia y volver a sufrir.
Los signos más comunes de no poder perdonar una infidelidad son:
- la incapacidad de abandonar los pensamientos obsesivos,
- la lucha por recuperar la confianza en la otra persona o en la vida,
- el sentimiento de impotencia o la necesidad constante de control.
Cuando estas experiencias se vuelven paralizantes, es importante no estar solo. Buscar apoyo profesional, como un psicólogo o psicóloga con experiencia en relaciones sentimentales, puede marcar la diferencia: un espacio para explorar sin juzgar, donde uno pueda sentirse acogido y acompañado. El trabajo terapéutico ayuda a desactivar las dinámicas que mantienen viva la herida y a acceder a recursos internos que pueden haber permanecido en la sombra.
Aceptar que necesitamos ayuda es un acto de fortaleza. Significa reconocer que la curación no es un proceso lineal y que cada persona tiene su propio ritmo.
¿Se puede superar una infidelidad?
Superar una infidelidad va a depender en gran medida de cada pareja y de aspectos como la personalidad, las circunstancias de la infidelidad, el momento y las formas en las que se descubre. Por eso es recomendable tomarse un tiempo de reflexión y análisis ante la aparición y el descubrimiento de la infidelidad.
Después de ese periodo de reflexión, algunas parejas pueden tener claro que no van a poder superar la ruptura de las bases esenciales que supone para ellos la infidelidad y que consideran que no puede reconstruirse. Mientras que otras pueden concluir que quieren mantener y reconstruir la pareja. Ante esta decisión es importante tener en cuenta que reconstruir la pareja puede llevar tiempo y implica:
- Intentar entender qué ha pasado en la pareja para que se haya dado la infidelidad, entender que detrás de la infidelidad hay una historia que descubrir que requiere escuchar y comunicación.
- Aceptar la rabia y el enfado del miembro no infiel, pero sin olvidar que el miembro infiel también acarrea su sufrimiento, culpa y confusión.
- Ser conscientes de que la pareja no volverá a ser la misma. El objetivo no es volver a lo que era la pareja, sino construir una nueva rescatando partes de la anterior.
¿Se puede recuperar la confianza en la pareja?
Reconstruir la confianza es una de las tareas más complejas tras una infidelidad. Es como intentar construir una casa sobre un terreno que acaba de temblar. Requiere tiempo, delicadeza e intencionalidad. La confianza no vuelve sin más: hay que reconstruirla, día tras día, mediante acciones concretas, coherencia y una comunicación clara. La persona que ha sido infiel tiene la responsabilidad de convertirse en una fuente de seguridad emocional, renunciar a la actitud defensiva y abrazar la apertura. La persona traicionada necesita espacio para sentir, expresar y procesar.
En nuestra experiencia clínica, vemos que lo que realmente ayuda es el compromiso constante y visible:
- responder a tiempo,
- decir la verdad aunque resulte incómodo,
- compartir intenciones y vulnerabilidades.
También es útil renegociar juntos los límites de la relación: ¿qué significa ser fiel ahora? ¿Qué nos hace sentir respetados?
Un ejercicio útil puede ser crear juntos un pacto simbólico en el que cada uno exprese tres acciones concretas que considere útiles para alimentar la nueva confianza. Reconstruir también significa aceptar que seguiremos sintiendo dolor durante un tiempo. Pero si la relación logra integrar esta herida, puede volverse más fuerte que antes: no porque se olvide, sino porque se elige cada día permanecer, con más verdad y autenticidad, integrando luz y sombra.

Cómo superar una infidelidad
Cuando experimentamos una infidelidad, algo dentro de nosotros se rompe. Pero toda fractura, si se afronta con conciencia, puede convertirse en una puerta que se abre a una nueva forma de amar, de mirarnos a nosotros mismos y de estar en las relaciones. La herida no puede borrarse, pero puede sanar en una forma nueva, más verdadera. No volveremos como antes, pero podemos convertirnos en algo más entero, más auténtico y más arraigado.
El duelo nos pone en contacto con nuestra humanidad más profunda. Allí donde el ideal del amor perfecto se tambalea, puede surgir el amor real, el amor posible: imperfecto, pero vivo. Quizá sea precisamente a través de la pérdida como aprendemos la diferencia entre posesión y presencia, entre dependencia y elección, entre necesidad, deseo y sueño. Y si conseguimos permanecer en el corazón de la crisis, no apartar la mirada, descubriremos que la infidelidad no tiene el poder de definirnos.
En esta visión, incluso la infidelidad puede convertirse en una oportunidad. No para justificar, sino para comprender.
Cómo afrontar una infidelidad
Afrontar una infidelidad no es solo superar un acontecimiento: es atravesar un terremoto interior, una conmoción que redibuja el paisaje emocional y existencial. El dolor, en este pasaje, puede volverse transformador. El trabajo terapéutico, ya sea individual o de pareja, no se limita a calmar el síntoma, sino que permite explorar el sentimiento de infidelidad como espejo de lo que no ha podido emerger —por ejemplo, antiguos silencios, roles anquilosados, necesidades no expresadas o proyecciones mutuas que ahogan la autenticidad de la relación—.
En el ámbito clínico observamos lo importante que es aceptar la crisis como una puerta que se abre. Por un lado, la terapia individual ayuda a reconectar con lo más profundo de nosotros mismos y a reelaborar experiencias de exclusión, fracaso, ira o vergüenza. Por otro lado, la terapia de pareja puede convertirse en un taller en el que renegociar el pacto relacional, pero sobre todo aprender a comunicarse sin acusaciones, con escucha empática y verdad.
En muchos casos, no es la presencia del amante lo que genera el dolor más agudo, sino el sentirse excluido de la historia contada, del sentido profundo de lo sucedido. Para reforzar la intimidad emocional y física, es esencial volver a conocerse.