Hay miedos, y por tanto emociones de miedo, que pueden generar placer. Suena a oxímoron: la palabra miedo y la palabra placer en la misma frase; puede que penséis que es imposible. Sin embargo, eso es exactamente lo que ocurre a menudo al ver películas de terror.
Escenas de asesinatos espeluznantes, asesinos en serie, muñecos robóticos diseñados para socializar con los niños: la industria cinematográfica satisface todo tipo de miedos, que pueden experimentarse desde la comodidad del sofá de casa o en la gran pantalla de una sala de cine.
En este artículo, exploramos la conexión entre el placer y el miedo, y cómo estas emociones se hacen un hueco en los mecanismos de las historias de terror. Piensa en una película de terror que hayas visto recientemente. ¿Alguna vez has sentido que no querías ver una escena pero no podías dejar de mirar?

Miedo y excitación
¿Recuerdas la película Tiburón? La película, que se estrenó en los cines en 1974, tuvo mucho éxito, pero también un efecto particular en la gente, que fue bautizado como el "efecto tiburón": los efectos especiales de la película parecían tan realistas que llevaron a la gente a dejar de ir a las playas, temerosos de ser víctimas de feroces tiburones como sucede en la película.
Es posible que te vengan a la mente otras películas de terror, en las que el asesino no es un pez, pero el efecto suele ser el mismo: nada más apagar el televisor o salir del cine, una sensación de pavor o un escalofrío recorre tu cuerpo.
Al fin y al cabo, cada uno de nosotros elige a qué temer, pero en lugar de evitar el estímulo del miedo, necesitamos formar parte de él: ¿cómo es posible?
Emociones fuera de lo común
Hay varios contextos en los que lo que despierta miedo en los humanos o se entiende como prohibición crea excitación y atracción al mismo tiempo. Este es el caso, por ejemplo, del bdSm (Bondage, Dominación, Sadismo y Masoquismo). La primera letra del acrónimo, B, significa Bondage, es decir, tener relaciones y juego de poder durante las relaciones sexuales, obviamente entre adultos que consienten (el consentimiento sexual es el primer elemento y el más importante para una sexualidad sana y compartida en sus diversos matices).
En esta práctica es necesario ser hábil para mantener el control de la situación y saber cuándo parar; no es casualidad que quienes practican estas técnicas se pongan de acuerdo de antemano, eligiendo una palabra segura que utilizar cuando la situación amenaza con volverse peligrosa.
¿Qué tienen en común ver películas de terror y algunas de las prácticas sexuales del bdSm? Probablemente la necesidad del ser humano de experimentar y buscar situaciones en las que las emociones no sean las de la vida cotidiana.

El placer cognitivo del miedo
Poder enfrentarse a los propios miedos o a aquello que genera repulsión estimula ciertas áreas del cerebro que también están conectadas con la posibilidad de experimentar un cierto "placer cognitivo", proporcionado por la posibilidad de acercarse con seguridad a lo desconocido, pero sin tener que enfrentarse realmente a ello.
El miedo se desencadena en respuesta a un estímulo amenazante, y es funcional a la evitación de un peligro inminente. Mientras vemos una película que nos da miedo, se activan distintas zonas del cerebro en función de la proximidad del estímulo peligroso.
Por ejemplo, cuando el peligro se acerca pero aún no está presente (y suele estar anunciado por la intensidad de la música de la película y las actitudes de los protagonistas que evocan suspense) las áreas que se activan son:
- la corteza sensorial, auditiva y visual;
- parte del lóbulo parietal.
Esta activación permite permanecer atentos y, por tanto, en alerta, y puede hacer que se experimente cierta ansiedad. Este tipo de miedo se denomina miedo sostenido.
En cambio, cuando el peligro está presente y la escena muestra el suceso central temible, o uno de los sucesos, nuestro cerebro activa:
- el córtex prefrontal,
- la amígdala,
- el córtex cingulado,
- la ínsula.
Este momento de miedo se denomina miedo agudo y puede provocar reacciones más intensas, como gritos y sacudidas, precisamente porque las áreas implicadas se encargan de procesar los estímulos y, por tanto, también de planificar la posible acción de huída del peligro o de lucha —fight or flight— (Hudson et al., 2020).
Las áreas sensoriales y motoras que actúan como una red de miedo anticipatorio sirven así para resolver la ambigüedad y aumentar la vigilancia antes de evaluar el contenido emocional de la información sensorial y preparar la posible respuesta conductual.
La aparición súbita de la amenaza despierta una actividad sorpresiva en las regiones implicadas, tanto en la experiencia emocional como en la excitación del estímulo y, por tanto, en la yuxtaposición de miedo y placer.
¿Por qué necesitamos experimentar emociones fuertes?
Las emociones nos sirven para sobrevivir: cuanto más intensas son las emociones que experimentamos, más vivos nos sentimos, literalmente.
Hay varias teorías psicológicas que explican la búsqueda de estímulos y sensaciones fuertes. Desde una perspectiva psicoanalítica, se trata de la parte más instintiva y primordial que hay en cada uno de nosotros, que se ve afectada por las normas e influencias sociales, pero que no podemos silenciar o reprimir por completo.
Esa parte también está formada por los instintos más violentos y crueles del inconsciente que, a través de las películas de miedo, pueden encontrar satisfacción en nuestra fantasía y, por qué no, también proporcionarnos una distracción de todo lo que nos agobia durante el día o nos crea aburrimiento.
Las historias de novela negra y true crime también pueden conseguir el mismo efecto (pensemos en los casos en los que nuestra curiosidad se vuelve morbosa si se trata el tema de los asesinos en serie o de los asesinatos más sangrientos).
Otra teoría, que se mueve en el panorama neuropsicológico, es la del psicólogo e investigador Marvin Zuckerman, que se ocupó sobre todo de los “buscadores de sensaciones” o sensation seekers (Zuckerman, 1994).
Se podría decir que los buscadores de sensaciones tienen una baja activación del sistema nervioso que les lleva a buscar estímulos en el entorno externo, lo que no ocurre con los individuos con alta activación interna y que, por tanto, no buscan estímulos externos.
La búsqueda de sensaciones afecta a diferentes aspectos de la vida de un individuo (por ejemplo, las relaciones, el trabajo, las cosas que le apasionan) y no es un rasgo patológico de la personalidad.
Al igual que otros comportamientos, es normal o patológica en función de su intensidad y de la forma en que se lleva a cabo. Por ejemplo, practicar deportes como el parapente o ver películas de terror proporciona a la persona lo que se denomina realización adaptativa.
De hecho, las reacciones físicas y bioquímicas durante el visionado de películas de miedo son las mismas que en los deportes extremos, es decir, la liberación de dopamina, endorfinas y adrenalina en el cerebro. Estas hormonas generan sensaciones de gran bienestar y felicidad, así como de euforia y reducción del estrés.

El alivio de no ser las víctimas
Sentir miedo nos permite experimentar una sensación de alivio y aprender de la experiencia indirecta. Por suerte para nosotros y también para ellos, las víctimas de las películas de terror no somos nosotros, sino los actores, que interpretan un papel en un juego de ficción.
Sin embargo, este mecanismo puede revelar un aspecto de sadismo del ser humano, que se activa al ver sufrir a los demás. Al mismo tiempo, cuando nos damos cuenta de que no somos las víctimas, nos sentimos seguros y racionalizamos que nada malo amenaza nuestras vidas.
Además, ver situaciones sangrientas y aterradoras puede acercarnos al tema de la muerte, y permitirnos de algún modo poder hablar de ella.
Miedo y placer
Ver una película de terror nos permite controlar cognitivamente lo que está ocurriendo. La información se procesa cognitivamente y, por tanto, a través del conocimiento; es decir, el placer del miedo reside en el control.
Cuando el cerebro humano experimenta una intensa sensación de miedo en un entorno controlado, la reacción fisiológica puede considerarse divertida y esto contrasta con el placer que experimentamos en situaciones similares, en las que nuestro cerebro encuentra divertidas situaciones que a priori debería percibir como negativas, porque no nos exponemos en serio.
Por el contrario, cuando nuestro cerebro detecta una situación de miedo relacionada con una situación fuera de nuestro control, como la muerte de uno de nuestros amigos o un robo, normalmente no experimentamos placer, sino una profunda sensación de amenaza y pavor que puede llevarnos a la reacción de lucha o huida.





