Cualquier persona puede observar, en determinados momentos de la vida, una reducción natural del apetito. Este fenómeno, definido como hiporexia en el ámbito psicológico, representa una variación en los patrones de alimentación que, aunque no es patológico de por sí, puede tener importantes repercusiones en la salud física y mental.
La incidencia de la hiporexia varía en función de diversos factores, pero algunos segmentos de la población son más susceptibles a este fenómeno, que puede afectar a aspectos como el peso corporal, el nivel de energía diaria y el bienestar emocional.
El objetivo de este artículo es proporcionar información sobre los síntomas asociados a la hiporexia, examinar las posibles causas y presentar estrategias y tratamientos útiles para poder gestionarla, con el fin de promover un enfoque informado y no estigmatizante.
¿Qué es la hiporexia?
La hiporexia puede definirse como una reducción del deseo de comer y, aunque no se considera una patología en sí misma, se ha estudiado desde el punto de vista médico biológico como desde la psicología.
Desde un punto de vista estrictamente médico, la hiporexia se interpreta como una serie de alteraciones en los mecanismos fisiológicos que regulan el apetito, como los asociados al envejecimiento o ciertas condiciones clínicas. Mientras que, desde un punto de vista psicológico, representa una disminución del interés por la comida que no necesariamente se acompaña de los rasgos típicos de los trastornos alimenticios.
La evolución del término ha derivado en un uso clínico que distingue la hiporexia de la simple falta de apetito:
- La falta de apetito indica una reducción general del hambre.
- La hiporexia evalúa si esta variación puede afectar al estado nutricional y al bienestar psicofísico de la persona, y de qué manera puede hacerlo.
Por ejemplo, una persona mayor que de repente deja de sentir interés por las comidas puede manifestar hiporexia. En estos casos, observar signos como pérdida de peso o de deficiencias nutricionales es fundamental para determinar si es necesaria una intervención especializada.
Aunque la hiporexia es una variación funcional del apetito, puede tener repercusiones importantes para la salud si no se vigila adecuadamente. Cuando va acompañada de síntomas como una pérdida de peso significativa o debilidad física, es recomendable buscar asesoramiento profesional para realizar una evaluación exhaustiva e identificar posibles estrategias de gestión (Pilgrim, Robinson, Aihie Sayer, y Roberts, 2015).
Posibles causas de la hiporexia
La hiporexia puede considerarse el resultado de una compleja interacción de factores físicos, psicológicos y ambientales.
Desde el punto de vista físico, trastornos gastrointestinales como la gastritis, el reflujo gastroesofágico y los tumores pueden alterar el funcionamiento normal del tubo digestivo, lo cual afecta a las señales de hambre y saciedad. Asimismo, los trastornos endocrinos, como el hipotiroidismo y la diabetes, afectan al metabolismo y a la regulación hormonal, lo que contribuye aún más a la disminución del apetito.
El consumo de fármacos (por ejemplo, los que se utilizan en quimioterapia, algunos antidepresivos y opiáceos) también se asocia con frecuencia a una disminución del apetito. Algunos estudios han explorado incluso un posible componente genético y han destacado que en algunos contextos particulares, como el oncológico, existen variables que pueden predisponer a una disminución del apetito.
Desde un punto de vista psicológico, la ansiedad, el estrés crónico y la depresión pueden ser factores determinantes. Los cambios de humor pueden interferir en los mecanismos de percepción del hambre y provocar una menor atracción por la comida. Los trastornos alimentarios, como la anorexia y la bulimia, aunque constituyen condiciones clínicas distintas, muestran cómo los procesos psicológicos pueden tener un impacto negativo en la regulación del apetito.
Por último, los factores ambientales y sociales desempeñan un papel esencial en la hiporexia. El envejecimiento, por ejemplo, suele ir acompañado de cambios fisiológicos que provocan una reducción natural del apetito; un fenómeno que a veces se denomina hiporexia senil. Asimismo, los cambios en el estilo de vida, el aislamiento social, los acontecimientos traumáticos o el duelo pueden agravar aún más este fenómeno, lo cual no solo afecta a la ingesta de alimentos, sino también a la calidad de vida en general (Pilgrim, Robinson, Aihie Sayer y Roberts, 2015).
Estos múltiples factores resaltan la importancia de un enfoque multidimensional en la evaluación y el manejo de la hiporexia, que tenga en cuenta los componentes clínicos, psicológicos y sociales para poder intervenir de forma específica y temprana.

Síntomas de la hiporexia
No es fácil definir los síntomas específicos de la hiporexia, pero pueden identificarse algunas manifestaciones físicas y psicológicas comunes.
La disminución del deseo de comer puede conducir a una pérdida de peso involuntaria, acompañada de fatiga crónica y debilidad en muchas ocasiones. Los pacientes también pueden experimentar problemas digestivos y náuseas, así como alteraciones significativas del gusto y el olfato, que afectan negativamente a la percepción de los alimentos y, en consecuencia, a la ingesta nutricional.
Estas manifestaciones físicas se han observado ampliamente, por ejemplo, en estudios realizados en pacientes con depresión en la vejez, en los que se comprobó que el factor de la pérdida de apetito y peso en ancianos estaba estrechamente asociado a déficits neurocognitivos (Potter, McQuoid y Steffens, 2014).
En paralelo, los síntomas psicológicos de la hiporexia incluyen una marcada falta de interés por la comida, irritabilidad, cambios de humor repentinos y una reducción general de la motivación para comer.
Estos síntomas no solo pueden reflejar malestar emocional, sino que también pueden servir como indicadores tempranos de un mayor deterioro, como el riesgo de fragilidad e incluso el desarrollo de afecciones neurodegenerativas. Algunas investigaciones han asociado los síntomas de la pérdida de apetito en ancianos con el deterioro cognitivo y un mayor riesgo de demencia (Saha et al., 2016).
La falta del apetito también se ha correlacionado con síntomas depresivos y dificultades físicas en el ámbito comunitario, lo que sugiere que los factores psicosociales pueden exacerbar esta afección (Zukeran et al., 2021). Estas evidencias subrayan cómo la hiporexia, a través de la combinación de manifestaciones físicas —como la pérdida de peso, el cansancio y los problemas digestivos— y síntomas psicológicos —como el desinterés por la comida, la irritabilidad y los cambios de humor repentinos— representa un fenómeno multidimensional con importantes repercusiones en la salud general de las personas mayores.
Para concretar más este último punto, podríamos pensar en cómo puede manifestarse la hiporexia en un contexto de vida real. Pensemos, por ejemplo, a una persona mayor que vive sola: la falta de estímulos sociales y el sentimiento de aislamiento pueden provocar una disminución progresiva del placer asociado a la hora de comer.
Sin el apoyo de relaciones significativas o un entorno cálido y acogedor, la comida puede perder su significado, lo que contribuye a una disminución general del apetito. Este ejemplo pone de relieve cómo, en el ámbito psicológico, la hiporexia está fuertemente interconectada con las emociones y las relaciones sociales, lo que requiere un enfoque integrado que considere tanto los aspectos físicos como los emocionales para mejorar el bienestar general de la persona.
Hiporexia: cuándo es importante intervenir
La intervención temprana en la hiporexia es esencial cuando la reducción del apetito se prolonga en el tiempo o se acompaña de un deterioro grave del estado nutricional. Si persisten o empeoran los síntomas como la pérdida involuntaria de peso, el deterioro físico y los signos de desnutrición, es aconsejable acudir a un especialista, ya que la duración y la gravedad de la hiporexia pueden dar lugar a complicaciones orgánicas importantes.
En concreto, la literatura muestra que la disminución del apetito en las personas mayores está fuertemente asociada con un mayor riesgo de desnutrición y, en consecuencia, con una mayor tasa de mortalidad (Fielding et al., 2023).
Por lo tanto, una evaluación multidisciplinar es esencial para identificar a las personas en riesgo en una fase temprana y planificar intervenciones nutricionales y terapéuticas específicas con el fin de prevenir el deterioro progresivo del estado de salud.
Hiporexia y anorexia
Aunque los términos suenen similares, la hiporexia y la anorexia son dos afecciones distintas. La anorexia es un trastorno alimentario que no se reduce simplemente a una pérdida de apetito, la cual no tiene por qué darse, sino que implica aspectos más profundos relacionados con la autopercepción, las emociones y la relación con la comida.
Aunque esta afección suele conllevar una marcada pérdida de peso, el trastorno no se limita a una cuestión de nutrición o forma física. Se trata más bien de una experiencia compleja en la que intervienen numerosos aspectos.
Aspectos diagnósticos de la hiporexia
Reconocer la hiporexia y comprender sus causas es esencial para una intervención eficaz. El diagnóstico de la hiporexia debe considerar tanto los aspectos físicos como los psicológicos, ya que la disminución del apetito puede estar relacionada con múltiples factores, como:
- enfermedades orgánicas,
- trastornos metabólicos, efectos secundarios de fármacos,
- aspectos psicológicos como la ansiedad y la depresión.
Una evaluación médica exhaustiva ayuda a descartar patologías subyacentes, como problemas gastrointestinales, disfunciones hormonales o infecciones crónicas, que podrían mermar la capacidad de alimentarse adecuadamente. Al mismo tiempo que un análisis psicológico puede poner de manifiesto la presencia de factores emocionales o estresantes que pueden influir en el apetito.
Por este motivo, el apoyo de un equipo multidisciplinar, formado por médicos, psicólogos y nutricionistas, suele ser esencial para obtener un diagnóstico completo, que permita aplicar estrategias personalizadas de intervención.
Tratamientos y estrategias para controlar la hiporexia
El tratamiento de la hiporexia requiere un enfoque personalizado que tenga en cuenta las causas específicas y el estado de cada persona.
Si la hiporexia se debe únicamente a una patología física, el tratamiento se enfocará en resolver el problema subyacente. En algunos casos, el médico puede sugerir el uso de complementos alimenticios o fármacos para estimular el apetito.
Cuando la reducción del apetito está vinculada a factores emocionales o al estrés, el apoyo psicológico puede ser determinante. La terapia psicológica puede ayudar a detectar, reconocer y modificar los pensamientos negativos relacionados con la comida, mientras que las estrategias de gestión del estrés, como la atención plena o la relajación, pueden contribuir a mejorar el bienestar general.
Además, algunos sencillos hábitos cotidianos también pueden ayudar a mejorar el apetito y el bienestar general:
- Adoptar estrategias nutricionales adaptadas: preferir comidas pequeñas y frecuentes, variar los alimentos y dar prioridad a los alimentos ricos en sabor y nutrientes. Por ejemplo, en el caso de la hiporexia en ancianos, planificar las comidas con un menú semanal adecuado a la edad puede ser de ayuda para asegurar una ingesta adecuada de los nutrientes necesarios.
- Realizar actividad física: el ejercicio regular, incluso ligero y respetuoso con los límites físicos del paciente, puede estimular el apetito y mejorar el estado de ánimo.
- Reducir el estrés: las técnicas de relajación para aliviar el estrés y la ansiedad, la meditación o las actividades creativas también pueden ayudar a reequilibrar la relación con la comida.
Hiporexia: gestionarla conscientemente mediante un enfoque integrado
La hiporexia no es solo una cuestión de pérdida de apetito, sino un signo de que el cuerpo y la mente se enfrentan a una dificultad. Por eso, es esencial un enfoque integrado que combine medicina, psicología y nutrición. Reconocer el problema y acudir a un profesional es el primer paso para identificar la causa y encontrar la solución más adecuada para cada persona, mejorando la calidad de vida y el bienestar general.