Comer: un verbo y muchos significados. Basta pensar en todos los sentimientos y emociones inherentes a las expresiones relacionadas con comer: comer a besos, comer con los ojos, devorar un libro, digerir bien un concepto, ser difícil de digerir, estar como un queso, ser pan comido...
¿Qué ocurre cuando la comida ya no es solo alimento, sino que también afecta a nuestro sistema emocional y a nuestro interior? ¿Cómo cambia la relación entre la comida y las emociones cuando surge el hambre emocional? Te lo contamos en este artículo.
La comida como acto de amor
"La comida y el acto de comer no solo son naturaleza, sino también cultura. La conducta alimentaria está cargada de significados sociales y privados, y forma parte de una red de intercambios y mediaciones entre las personas." (Apfeldorfer, 1991).
Podemos pensar que la comida es el primer regalo que recibimos al venir al mundo. En psicología, la comida es un regalo que nos hace otra persona en los albores de nuestra existencia y que está ligado y vinculado al amor que se nos ha mostrado, expresado y dado.
"El acto de alimentarse no termina solo en la satisfacción de una necesidad primaria (el hambre), sino que desde el principio se entrelaza con la necesidad del niño de obtener una respuesta a su petición de amor: ¿qué lugar ocupo en tu deseo?" (Pace, 2015).
El acto de comer se convierte inmediatamente en una forma precoz de comunicación relacionada con la dimensión afectiva: comida-afecto-mensaje. Esto hace que la comida se convierta en una metáfora del amor, es decir, del intercambio afectivo del niño con sus objetos de amor.
Esto explica la posibilidad de que la conducta alimentaria se convierta en el lugar donde las dinámicas afectivas y relacionales pueden entrar en cortocircuito. Por lo que el hambre emocional debe leerse como una manifestación de un malestar psíquico que ha encontrado la forma de expresarse en el cuerpo.

¿Qué es el hambre emocional?
Como hemos visto, existe una relación muy estrecha entre las emociones y la comida. A menudo, ciertos alimentos parecen tener el "poder mágico" de mantener a raya ciertas experiencias emocionales. Este es el mecanismo que subyace al hambre emocional o hambre nerviosa: la persona experimenta sensaciones y emociones fuertes y desestabilizadoras, y es incapaz de darles un significado o expresarlas de forma eficaz.
Esto hace que la angustia resultante le lleve a recurrir a ciertos alimentos para mantener a raya la emocionalidad que percibe como inmanejable y destructiva. Así, la persona encuentra una forma de aliviar la ansiedad y la confusión comiendo compulsivamente ("siento ansiedad en el estómago y sigo comiendo aunque no tenga hambre”).
Por lo tanto, el hambre emocional surge como una estrategia de autocuidado porque promete una satisfacción inmediata y una suspensión de la ansiedad (“no tengo hambre pero como de todos modos”). Sin embargo, se trata de una liberación momentánea. Pronto, este mecanismo se convierte en una prisión que mantiene en jaque a la persona.
Hambre física y emocional
Comer con prisas aunque no tengamos la sensación de tener hambre, como hemos visto, es lo que ocurre en el hambre compulsiva. Aunque también se puede dar la situación en la que comemos deprisa cuando tenemos mucha hambre. Pero, ¿cómo podemos reconocer cuándo se trata de hambre emocional por estrés o ansiedad por comer y cuándo es nuestro organismo el que necesita alimentarse?
El hambre emocional surge de un frenesí mental y suele ir acompañado de una sensación interna de vacío y desasosiego, pero carece del clásico rugido en el estómago (que es un signo del hambre fisiológica). Se trata de un impulso incontrolable que no crece gradualmente (como el hambre fisiológica), sino que estalla de repente y exige una satisfacción inmediata, independientemente de cuándo se haya ingerido la última comida. El hambre emocional impulsa a buscar alimentos que alivien inmediatamente el malestar y reconforten las emociones que nos perturban.
Mientras que el hambre fisiológica se aplaca comiendo, al enviar señales de saciedad al cerebro una vez que el estómago está lleno, el hambre emocional empuja a comer incluso más allá del nivel de saciedad para llenar un vacío que está relacionado con la emocionalidad. Esto ocurre, por ejemplo, con la adicción a la comida o en la bulimia nerviosa.
Por lo general, después de un atracón para apaciguar nuestras emociones, suelen aparecer la culpa, el autodesprecio y la vergüenza.
¿Cuáles son los síntomas del hambre nerviosa?
Ahora que tenemos más claro qué es, veamos cómo saber si se trata de hambre real o emocional. A veces las personas son incapaces de identificar sus emociones y tienden a comer precisamente cuando se produce esta confusión sobre lo que sienten. Los síntomas del hambre emocional pueden esquematizarse de la siguiente manera:
- Agitación febril: la sensación se denomina craving (deseo incontrolable) y está asociada a la abstinencia de las sustancias estupefacientes. Por lo tanto, se trata de una necesidad impulsiva y desorbitada de consumir alimentos de forma compulsiva, hasta el punto de llegar en algunos casos a robarlos o a tomar cosas que no son comestibles, como basura, comida congelada o comida para mascotas.
- Rapidez al ingerir alimentos: el hambre emocional puede dar lugar a ataques de hambre nerviosa. Esto se debe a que la desencadenan factores emocionales y no diferencia lo que la persona está ingiriendo. La necesidad de saciarse impulsa a la persona a comer rápida y febrilmente.
- Sentimientos de euforia y alivio, pero solo al principio. Más tarde aparece el autodesprecio y la culpa por haber perdido el control.
- Alteración de la conciencia: el hambre emocional conduce a una especie de “trance”, en el que el sujeto se siente ajeno a lo que siente y come mecánicamente.
- Querer esconderse: normalmente las personas que comen de forma emocional lo hacen en soledad, buscando momentos en los que puedan recurrir a la comida sin ser vistos. En este aspecto, también podemos ver algunas similitudes con los mecanismos de las adicciones patológicas: el consumo de drogas suele ser una práctica que se lleva a cabo en secreto al igual que los atracones. Esto hace que se convierta en un ritual que implica esconderse de familiares y amigos, robar comida para comerla a solas o recurrir a atracones por la noche.
- Incapacidad para parar: la persona que come emocionalmente siente que es imposible parar, la comida se experimenta como irresistible y cualquier interrupción externa (el telefonillo, el teléfono, etc.) se ignora o se vive con malestar y ansiedad.
¿Por qué como cuando estoy triste?
Normalmente, a las personas que comen de forma "emocional" les cuesta reconocer y expresar sus emociones. El hecho de comer "emocionalmente" promete a la persona un respiro, un alivio temporal del dolor. Es una forma de sustituir el dolor por placer, aunque sea de forma ilusoria y fugaz. Como ocurre con el consumo de drogas, el efecto analgésico dura poco, demasiado poco, y de nuevo se vuelve a experimentar la angustia de la que se intenta escapar.
Esto hace que la lucha por procesar sus experiencias emocionales lleve a la persona a un abatimiento sin parangón: para acabar rápidamente con el dolor, se recurre a la sustancia o el alimento en busca de un tregua y de alivio.
Sin embargo, al igual que ocurre con la drogodependencia, el alivio es momentáneo incluso después de un atracón. Entonces aparecen la culpa, el odio hacia uno mismo y la vergüenza, emociones dolorosas y poderosas que desencadenan de nuevo el ciclo dolor-atracón-placer-dolor.
Como consecuencia, la desregulación emocional puede llevar a intentar auto-curarse y desencadenar una verdadera adicción a la comida. Pero, ¿cuáles son las causas del hambre nerviosa? ¿Por qué podemos sentir la necesidad de “tragarnos” nuestras emociones?

Las causas del hambre nerviosa
El psiquiatra y psicoterapeuta Alexander Lowen, en su libro El lenguaje del cuerpo, escribe que los niños a menudo tienen que elegir entre sentir lo que sienten y agradar al entorno familiar.
El esfuerzo por ser bueno, limitando la propia expresión emocional, puede llevar al niño a sustituir lo que siente por lo que los demás quieren que sienta. Este proceso interno le lleva a negar cada vez más sus propias emociones y sentimientos.
De modo que, en los trastornos alimentarios y en el hambre emocional, al no poder expresar el dolor que se siente, es posible que la persona lo niegue y se lo trague una y otra vez, condicionada a repetirlo. Esto hace que la comida se convierta en una forma de controlar y mantener a raya la angustia interior.
Todo gira entonces en torno a la comida y al acto de comer: controlar el peso, preparar las comidas, contar las calorías ingeridas, planificar los atracones, llevar a cabo conductas de eliminación/reparación, etc.
Comer cataliza la atención de la persona y actúa como un sedante de los sentimientos más dolorosos y profundos, en un intento de anestesiarlos.
Las consecuencias psicológicas del hambre emocional
Comer emocionalmente anestesia nuestros sentimientos y nos distancia de nosotros mismos y de nuestro cuerpo, sede de todas nuestras emociones. Según Lowen, "la voluntad es la antítesis del placer".
Es decir, cuando la voluntad se utiliza para alcanzar un objetivo, es como si el cuerpo estuviera en estado de emergencia. Si el objetivo, como en el caso del hambre emocional, es el control de uno mismo, de sus deseos y sensaciones, el resultado será la negación del placer, el pilar de los trastornos alimentarios.
Las personas que se refugian en la comida de forma dependiente presentan una baja vitalidad: la obsesión por la comida succiona literalmente todos los pensamientos y sentimientos, cubre el dolor subyacente y mantiene a la persona encadenada.
La adicción a la comida se convierte en una prisión: el control constante, pensar en qué se va a comer y cuándo, toda la vitalidad y la energía de la persona converge en la comida y se convierte en rehén de los pensamientos sobre la comida y de la compulsión de los atracones.
Todo esto resta vida al cuerpo y destruye gradualmente el sentido de uno mismo. A menudo, las personas que experimentan la comida de este modo sienten que han perdido todo lo bueno de la vida: todo el placer está guardado bajo llave, cautivo de una compulsión que tiene como objetivo mantener a raya el dolor, la rabia, la desesperación y la angustia.
Sin embargo, cuanto más reprimimos y negamos el dolor y la rabia, más reducimos también el alcance de nuestra alegría y nuestro placer. Por lo tanto, la comida se convierte en una adicción que mantiene secuestrada toda la vida de la persona, que se siente cada vez más sola, asustada y prisionera.
¿Cómo se quita el hambre emocional?
Para aprender a controlar el hambre emocional y dejar de desfogarse con la comida, una solución valiosa puede ser contar con apoyo psicológico.
Con la ayuda de un experto es posible volver a dar voz a nuestras emociones y empezar a ocuparnos de algunas de las heridas que pueden tener su origen en nuestra infancia, como: la falta de reconocimiento, el miedo a la soledad o el temor a no poder hacer frente a la angustia.
La persona adulta puede volver a enfrentarse a estas terribles angustias en el contexto seguro del setting terapéutico de un profesional, como una psicóloga o psicólogo online. Este puede ayudar a la persona a llegar a ese niño herido tras la máscara del síntoma y, gradualmente, abandonar las ilusiones de control creadas por el hambre emocional.
Un proceso de terapia individual puede ser de gran ayuda para el bienestar físico, pero también para la salud mental de la persona que se enfrenta al hambre nerviosa. El objetivo de la terapia es volver a acceder al placer, también en el acto de comer. Comer puede volver a ser algo que llena y nutre, algo a lo que acercarse con apetito y no con avidez y compulsión.
Cómo calmar el hambre emocional
Un psicólogo o psicóloga puede guiar al paciente en la elección de las estrategias más adecuadas para afrontar el hambre emocional y ayudarle a encontrar remedios. A lo largo de la terapia, el profesional puede introducir y guiar al paciente en:
- el uso del diario emocional, para reconocer las emociones que encuentran salida en la comida;
- la realización de ejercicios de mindfulness para la ansiedad;
- la práctica del mindful eating, para fomentar la elección de una dieta consciente que no gire en torno al recuento de calorías y las dietas restrictivas.
En caso necesario y bajo estricto control médico, también es posible incluir un tratamiento farmacológico para el hambre nerviosa.
Tener hambre de vivir
Comer no debería ser un acto con el que nos esforzamos por mantener el control sobre aquello a lo que no tenemos acceso. Comer porque se tiene hambre, porque se tiene el deseo de saciarse es algo mucho más que mecánico y biológico.
Significa recuperar el hambre de vivir, estar en contacto con nuestras necesidades, encontrar la capacidad de manifestar nuestras emociones y expresar nuestros sentimientos, sin necesidad de tragarlos y esconderlos detrás de la comida.
“Los hombres piensan que pueden resolverlo todo con la mente en lugar de ‘sentir’. Pero sentir no tiene nada que ver con la inteligencia o la fuerza. Solo trabajando en uno mismo, en el cuerpo —gracias al cual el hombre ‘siente’—, el hombre puede curarse y aspirar, como es sagrado, a una vida sana, libre y feliz. Y ser capaz de amar de verdad”. —Alexander Lowen