El cambio suele asustar, sobre todo cuando se percibe como abandonar lo que resulta seguro y perder aquello que nos ancla. Podemos cambiar para seguir nuestros objetivos, para superarnos, para adaptarnos de forma funcional al entorno, y es que el cambio es inevitable porque:
- es necesario para nuestro organismo,
- nos ayuda a afrontar los nuevos retos y oportunidades que nos ofrece la vida,
- nos permite darnos cuenta plenamente de quiénes somos y de nuestros deseos,
- nos permite satisfacer nuestras necesidades.
En cambio, solemos ver la estabilidad como la ausencia de cambio, ese merecido "descanso" tras un período agotador que separa el antes del después. Sin embargo, en nuestra vida cotidiana tendemos a olvidar las pequeñas dificultades que nos permiten construir dicha estabilidad.
Cambio y estabilidad: dos aspectos complementarios
El cambio y la estabilidad son complementarios y están conectados:
- el uno no sucede al otro,
- no se oponen entre sí,
- coexisten e interactúan continuamente,
- se generan mutuamente,
- son la condición previa el uno del otro, uno existe con el otro y gracias al otro, alimentándose constantemente.
La relación entre estabilidad y cambio es tan estrecha que pone de relieve sus diferencias. Por un lado, el cambio no es un acontecimiento único, sino una característica del ser vivo, un impulso "vital" para adaptarse al sistema al que pertenecemos.
Por otro lado, la estabilidad ofrece la posibilidad de reconocernos a nosotros mismos a pesar de los cambios y modificaciones, en un intercambio continuo entre lo que ya nos pertenece y lo que integramos gracias a la experiencia, la posibilidad de modificarnos a nosotros mismos y nuestras relaciones con los demás.
Un estudio publicado en The Lancet Psychiatry en 2021 demostró que la flexibilidad psicológica, es decir, la capacidad de adaptarse al cambio manteniendo un sentido de continuidad personal, se asocia con una mejor salud mental y una mayor satisfacción vital (Dawson & Golijani-Moghaddam, 2021).

La base fisiológica del equilibrio y el cambio
Nuestro organismo está programado para buscar un equilibrio constante, un proceso conocido como “homeostasis”. Este principio, descrito por primera vez por el fisiólogo Walter Cannon, se refiere a la capacidad del cuerpo para mantener condiciones internas estables a pesar de los cambios en el entorno externo.
En el plano psicológico, la homeostasis se traduce en la búsqueda de un equilibrio entre emociones, pensamientos y comportamientos. Sin embargo, el cambio es igualmente fundamental: el cerebro humano está dotado de una extraordinaria neuroplasticidad, es decir, de la capacidad de modificar sus conexiones en respuesta a las experiencias. Esto nos permite adaptarnos, aprender y crecer incluso ante situaciones nuevas o difíciles. En resumen:
- La homeostasis mantiene la estabilidad interna, regulando funciones como la temperatura corporal, el equilibrio agua-sal y la respuesta al estrés.
- La neuroplasticidad permite al cerebro cambiar de estructura y función, favoreciendo la adaptación y la resiliencia.
Estos mecanismos fisiológicos también muestran que la estabilidad y el cambio no son opuestos, sino procesos complementarios que nos permiten afrontar los retos de la vida.
El valor de la inestabilidad
La estabilidad surge de pequeños movimientos imperceptibles que permiten mantener el equilibrio alcanzado. En la sucesión de acontecimientos cotidianos, cuesta que emerjan estos pensamientos y tendemos a pensar en los cambios solo como grandes transformaciones. Sin embargo, incluso los grandes cambios requieren pequeños pasos intermedios, a veces casi invisibles, y la capacidad de espacios de paso o transición, a medio camino entre el punto de partida y el punto final.
Un ejemplo eficaz es el del equilibrista, que consigue mantenerse en equilibrio sobre la cuerda precisamente gracias a la oscilación continua y a la inestabilidad constante:
“Un equilibrista solo puede mantenerse en equilibrio realizando constantemente movimientos irregulares sobre la pértiga [...] Si se perfeccionara el estilo del equilibrista agarrando su pértiga e impidiendo sus ajustes desordenados, este perdería inmediatamente el equilibrio y se caería.
”Bastante obvio, ¿no? Sí, pero solo en el caso de los equilibristas y los ciclistas. En todas las demás esferas de la vida estamos lejos de comprender que el orden sin un componente de desorden resulta peligroso, ya que ahoga cualquier posibilidad de evolución adicional." — Paul Watzlawick
La evolución se convierte así en un proceso de integración entre el orden y el desorden, entre el equilibrio y el cambio, entre reconocerse a sí mismo/a y abrirse a lo nuevo.

Las diferentes formas de equilibrio
Al hablar de estabilidad y equilibrio en la vida psicológica y relacional, conviene distinguir entre distintos tipos que también reflejan los procesos fisiológicos de nuestro cuerpo:
- Equilibrio estático: se refiere a una condición de aparente inmovilidad, como cuando nos quedamos quietos. Incluso en esta situación, nuestro cuerpo realiza pequeños ajustes para mantener la posición, lo que demuestra que la estabilidad sigue requiriendo movimiento.
- Equilibrio dinámico: se refiere a la capacidad de mantener la estabilidad durante el movimiento, como cuando caminamos o afrontamos cambios en nuestra vida. Este tipo de equilibrio implica una adaptación continua entre lo que sabemos y lo que estamos aprendiendo.
- Equilibrio activo: es el resultado de un esfuerzo consciente por mantener o restablecer la estabilidad, tanto a nivel físico como psicológico. Por ejemplo, hacer frente a una situación estresante utilizando estrategias de afrontamiento es una forma de equilibrio activo.
- Equilibrio pasivo: se produce cuando la estabilidad se mantiene sin intervención directa, a menudo debido a condiciones externas favorables. Sin embargo, esta forma de equilibrio puede ser frágil porque no depende de recursos internos desarrollados.
Estas diferentes formas de equilibrio se entrelazan en nuestra experiencia cotidiana, mostrando cómo la estabilidad es un proceso dinámico y no una simple ausencia de cambio.

Ejercicios prácticos para cultivar la estabilidad y la apertura al cambio
Trabajar la estabilidad y el cambio en la vida cotidiana puede ser posible mediante ejercicios sencillos que fomenten la conciencia y la flexibilidad. Por ejemplo:
- El diario de transición, que consiste en anotar cada noche un pequeño cambio experimentado durante el día y las emociones asociadas al mismo, ayuda a reconocer que el cambio forma parte de la normalidad y se puede gestionar.
- Los ejercicios para reconectar, como dedicar unos minutos a concentrarse en la respiración y las sensaciones corporales o sentir los pies en contacto con el suelo, permiten recuperar la estabilidad en momentos de incertidumbre. En este contexto, es interesante señalar que, según el estudio, la fisioterapia en un entorno acuático puede favorecer la mejora del equilibrio corporal, especialmente en determinadas poblaciones clínicas (Pieniążek et al., 2021), lo que sugiere que la elección del entorno también puede influir en la percepción de la estabilidad.
- Experimentar algo nuevo, por ejemplo, eligiendo una pequeña acción cotidiana para realizarla de forma diferente, como cambiar de ruta para ir al trabajo, entrena la mente para acoger lo nuevo sin perder el sentido de sí misma.
- Realizar actividades o prácticas físicas específicas que contribuyan a reforzar la estabilidad personal.
Asimismo, reflexionar sobre nuestros recursos personales, por ejemplo enumerando estrategias que ya hayamos usado en el pasado para afrontar cambios o momentos difíciles, también puede ayudarnos a reconocer nuestros recursos y reforzar la confianza en nuestra capacidad para mantener el equilibrio incluso durante las transiciones.
Estas herramientas sencillas pero a menudo útiles pueden integrarse en las rutinas diarias para fomentar un equilibrio dinámico entre estabilidad y cambio.
Cambio y estabilidad en psicoterapia
La psicoterapia y la relación terapéutica ofrecen un espacio en el que observar la relación entre estabilidad y cambio, permitiendo detenerse en el camino recorrido y también en los tropiezos y los desórdenes que se experimentan. Así como también es posible reconocerse en la fatiga asociada a la falta de equilibrio.
Podemos vernos como equilibristas, cuya pértiga representa el equipaje vital que nos acompaña. Cada pequeño tropiezo o momento de desequilibrio puede convertirse en una valiosa oportunidad de crecimiento.
Afrontar el cambio y buscar la estabilidad no siempre es fácil, pero no tienes por qué hacerlo en soledad. En Unobravo creemos que cada pequeño paso, cada intento de encontrar un nuevo equilibrio, puede ser un signo de fortaleza y crecimiento.
Si sientes que necesitas apoyo para atravesar una transición, reforzar tus recursos personales o simplemente conocerte mejor, un psicólogo puede ayudarte a descubrir tu manera única de equilibrar estabilidad y cambio. Puedes dar el primer paso rellenando nuestro cuestionario para encontrar tu psicólogo o psicóloga online.





