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Eritrofobia: cuando la ansiedad te sube a la cara

Eritrofobia: cuando la ansiedad te sube a la cara
Enrico Reatini
Psicólogo con orientación Cognitivo-Conductual
Redacción
Unobravo
Artículo revisado por nuestra redacción clínica.
Última actualización el
18.12.2025
Eritrofobia: cuando la ansiedad te sube a la cara
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La eritrofobia es una afección, a veces de interés clínico, que se caracteriza por un miedo intenso a ruborizarse en situaciones sociales o delante de otras personas. Aunque en niveles bajos puede parecer una dimensión poco incapacitante, cuando esta forma de ansiedad es intensa y persistente, puede llevar a evitar los contextos sociales en los que se teme poder ruborizarse, lo que afecta significativamente a la vida diaria de quien la padece.

De hecho, quienes viven con eritrofobia pueden experimentar síntomas físicos como aceleración del ritmo cardíaco, sudoración excesiva y sensación de calor en la cara, que pueden actuar como verdaderos estímulos aversivos capaces de afectar a situaciones neutras o agradables.

En los casos más graves, estas manifestaciones no solo se limitan al momento de la exposición social, sino que también pueden surgir como ansiedad anticipatoria que acaba alimentando e intensificando la propia reacción. Para no experimentar el malestar asociado a ruborizarse, algunas personas deciden adoptar conductas de evitación, por ejemplo, optando por no asistir a eventos sociales o por utilizar maquillaje y otras estrategias para enmascarar el rubor.

¿Cómo se clasifica la eritrofobia?

Clínicamente, el miedo a ruborizarse puede situarse en el espectro más amplio de los trastornos de ansiedad social.

Según Pelissolo et al. (2011),el "fear of blushing" (FB) representa un fenómeno específico y frecuente que aún no se ha enmarcado como un diagnóstico autónomo en las clasificaciones psiquiátricas. En su estudio, compararon pacientes con trastornos de ansiedad social y miedo puro a ruborizarse (sin otras fobias sociales), con pacientes con trastornos de ansiedad social y múltiples fobias sociales, y con pacientes con trastornos de ansiedad social sin eritrofobia.

Los resultados mostraron que aquellos con eritrofobia "pura" tendían a tener un inicio más tardío, menos comorbilidad, menos inhibición conductual y temperamental, y niveles más altos de autoestima que los otros grupos. Sin embargo, los niveles de ansiedad social y de deterioro funcional siguen siendo significativos.

Estos datos sugieren que la eritrofobia no es un mero epifenómeno, sino un fenómeno clínicamente relevante que podría considerarse como un subtipo específico del trastorno de ansiedad social o como su forma secundaria, vinculada a la predisposición fisiológica al rubor.

Eritrofobia: de las posibles causas al impacto emocional

Comprender las causas de la eritrofobia es importante para normalizar esta afección y poder intervenir.

Muchas personas con eritrofobia consiguen reconocer fácilmente cuándo surgió el problema. Suelen ser experiencias marcadas por un fuerte pudor o vergüenza, que se quedan grabadas en la memoria. En estos episodios, el rubor se asocia a una percepción de vulnerabilidad y exposición no deseada y precisamente por ello, no hay que subestimar el componente fisiológico.

El estudio de Laederach-Hofmann et al. (2002) demostró que los pacientes con eritrofobia, aunque no difieren de los sujetos sanos en condiciones basales, presentan una regulación autonómica alterada bajo estrés mental. En concreto, presentan frecuencias cardiacas más elevadas, valores anormales en la variabilidad de la frecuencia cardiaca y una menor sensibilidad de los barorreceptores.

Estos datos sugieren una predisposición fisiológica que hace que el rubor sea la reacción más probable y difícil de controlar para algunas personas, reforzando la falsa percepción de vulnerabilidad.

A nivel cognitivo, la atención dirigida a uno mismo desempeña un papel clave. Bögels, Alberts y de Jong (1996) demostraron que la atención dirigida a uno mismo y la autoconciencia pública se correlacionan con la propensión a ruborizarse y el miedo a hacerlo. En otras palabras, cuanto más centra una persona su atención interna en las reacciones corporales, mayor es el riesgo de percibir el rubor como algo incontrolable y amenazador.

En este sentido, otro aspecto crucial se refiere a la discrepancia entre la realidad fisiológica y la percepción subjetiva. Mulkens, de Jong, Dobbelaar y Bögels (1998) demostraron que, en situaciones sociales estresantes, las personas con un elevado miedo a ruborizarse no mostraban diferencias significativas en el rubor real en comparación con las que tenían un miedo bajo. Sin embargo, informaron de una percepción mucho más intensa de su propio rubor.

Esto sugiere que la eritrofobia no depende tanto del grado real de rubor como de una preocupación cognitiva excesiva y una interpretación catastrófica de las sensaciones corporales.

¿Cuáles son los síntomas físicos y mentales asociados a la eritrofobia?

Físicamente, quienes padecen eritrofobia pueden experimentar una oleada de calor repentina en la cara, un rubor notable que se concentra en las mejillas. Esta reacción puede ir acompañada de sudoración, aceleración del ritmo cardíaco y, en algunos casos, sensación de desmayo o náuseas. Como consecuencia, el individuo puede experimentar una fuerte sensación de ansiedad y malestar ante la mera idea de ruborizarse en público.

Desde el punto de vista del comportamiento, en algunos casos es posible observar acciones encaminadas a enmascarar o evitar el rubor, como:

  • el uso de maquillaje o ropa que cubra la cara y el pecho,
  • la evitación de situaciones que puedan inducir vergüenza o ansiedad,
  • la tendencia a evitar la mirada de los demás.

Mediante estas acciones, la eritrofobia se alimenta a sí misma a través de un ciclo psicológico que comienza con la ansiedad anticipatoria: el miedo a ruborizarse conduce a una mayor atención a la posibilidad de que esto ocurra, lo que a su vez aumenta la probabilidad de ruborizarse. Esta respuesta fisiológica se convierte en una señal de alarma que confirma el miedo inicial, creando un círculo vicioso.

JJ Jordan - Unsplash

Vivir con eritrofobia

Aunque vivir con eritrofobia puede suponer un reto importante, su impacto no tiene por qué ser incapacitante. Por ejemplo, la comprensión y la empatía de los seres queridos se vuelven cruciales: la ausencia de juicios y una escucha acogedora de los miedos pueden ayudar a las personas que se ruborizan, sobre todo cuando son muy jóvenes, a dar una interpretación no excesivamente negativa a este fenómeno.

Todos los progresos, como la exposición a situaciones activadoras, merecen ser reconocidos y celebrados, ya que refuerzan la autoestima y la confianza de quienes se enfrentan a diario a esta fobia.

Asimismo, desde un punto de vista clínico, la psicoterapia es el enfoque más consolidado y eficaz para aprender a gestionar esta afección. En particular, la terapia cognitivo-conductual permite reconocer y modificar los pensamientos catastróficos ligados al rubor, interrumpiendo el círculo vicioso que alimenta la ansiedad y la evitación. Hace años que se demostró que los tratamientos basados en la exposición en vivo y la reestructuración cognitiva producen mejoras significativas que se mantienen incluso dieciocho meses después de haber finalizado las terapias (Scholing & Emmelkamp, 1996).

Junto a estos métodos tradicionales, en los últimos años se han introducido intervenciones innovadoras como el entrenamiento de la concentración de tareas, el video feedback, la reescritura de imágenes y las prácticas de mindfulness y autocompasión, todas ellas estrategias que fomentan una mayor regulación emocional y una actitud menos autocrítica (Drummond, Shapiro, Nikolić, & Bögels, 2020).

En cuanto a la medicación, no existen tratamientos específicos dirigidos exclusivamente a la eritrofobia. Sin embargo, los inhibidores selectivos de la recaptación de serotonina (ISRS) y los inhibidores de la recaptación de serotonina-noradrenalina (IRSN), que ya se utilizan eficazmente en los trastornos de ansiedad social, pueden ayudar en algunos casos a aliviar el miedo a ruborizarse cuando los síntomas de ansiedad son especialmente intensos e incapacitantes (Drummond et al., 2020).

La prescripción de estos fármacos y la adopción de este tipo de terapia siempre deben ser evaluadas por un médico cualificado.

Aliviar la ansiedad sin dejar de ruborizarse

Curar la eritrofobia no significa dejar de ruborizarse, ya que el rubor es una reacción fisiológica natural. Significa aprender a reducir el miedo que se le tiene y a cambiar las interpretaciones distorsionadas que lo convierten en una fuente de sufrimiento.

Con el apoyo profesional adecuado, combinando la terapia psicológica, estrategias de autorregulación y una red social de apoyo, es posible recuperar la serenidad y la confianza en las relaciones sociales y la vida cotidiana.

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